Te hago el relato de estas cosas ahora,
cuando todos han muerto.
Cuando ya solamente la memoria
es río, cosecha, solitaria espuma de patios,
trinos que se deshacen en el calor
mientras dulces mujeres
parlan bajo las hojas, en la tarde,
frente a tiestos de orégano.
Ahora todo es lejano
pues ha ido cayendo blandamente de nosotros
como un poco de arena de una mano.
Ahora tal vez escuchas, tal vez sueñas.
Tal vez inventas ese duro monte
que sacude en la yerba su relincho.
O sigues, por un filo de luna,
el olor que te conduce a los viejos baúles,
a la alacena, al retrato del tío,
el de mostachos de gitano y ojos de ángel,
el que parpadeaba con secreta delicia
cuando tú, dulce hermana y madre mía,
ponías la lámpara
frente a las frutas y los platos de arroz,
el que murió un domingo ¿recuerdas?
Te hablo de la memoria,
de las alcobas, los muebles y los cuchicheos en la
memoria.
De la forma en que el viento
restregaba los arcos del comedor
y hacía gemir los corpiños y los pañuelos en el alambre,
de cuando el mar, disfrazado de viento, cuando el humo.
Te hablo del mundo, del tiempo en este mundo.
De días que ardieron como finas monedas
(rostros nítidos, con luz, con luz furiosa y viva,
vestidos que cubrieron amados cuerpos, que nos
cubrieron,
semanas olorosas a toronjil)
te hablo de entonces.