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Poema: Recado para un transeúnte

Antes de mirar por el ojo de una cerradura

o de aspirar el olor a hombre escondido

que tiene el aire en un patio abandonado.

Antes de redondear una uña con tus dientes

o degustar el sabroso sabor gástrico

que tienen tus encías a la madrugada.

Antes de mirar el sol dorando

la testa de un convaleciente.

Antes de todo esto,

ordena bien un grupo de minutos amargos

que subsistan más allá de tu vientre.

Entonces podrás sorprender un brazo

al saludar a nadie desde el más claro sitio de una casa.

O encontrar a una mujer en una ciudad

populosa y desconocida

guiándote, únicamente, por el olor de sus gestos

y la energía de sus pezones.

Después hablaremos.

Algún día hablaremos de todo esto en una isla olvidada

donde los cocoteros tienen un timbre, musical y doloroso,

como el de una anciana que acaba de dar un paso en falso

y escupe sus miembros sobre raíces polvorientas.

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