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Héctor Rojas Herazo 2021

Anhelando alcanzar la explicación del prodigio – Héctor Rojas Herazo

Queremos dejar a disposición de ustedes el texto de Rojas Herazo «Anhelando alcanzar la explicación del prodigio», incluido en el volumen Señales y garabatos del habitante en el que el autor intenta aproximarse a una definición de la poesía y su significado para el ser humano.


La poesía, con asombro que rechaza toda discusión, es el enigma más famoso de la creación humana. El que transforma, al idealizarlas, cada una de las aspiraciones con que todo ser viviente deja su huella. Del bien al mal, de la dulzura al horror, del susurro al grito más tenebroso, todo es despierto y revitalizado por la poesía. Todo procede del centro operativo del ser, de la terrible experiencia de vivir alimentado por la muerte. Y, sin embargo, siempre quedaremos al margen al intentar descifrar el gran enigma.

Las culturas superiores -al unísono histórico, a pesar de sus rotundas diferencias- concibieron la poesía aposentada, en la cumbre de la divinidad. El gran poeta fue considerado el transformador de lo irreal en lo viviente. Desde entonces estos creadores, al ser honrados como clásicos, se convierten, de hecho, en la posteridad de su idioma. Nunca serán completamente actuales. Siempre serán futuros. ¿Cuál podría ser entonces la labor poética? Un ejemplo aproximativo: hacer que escuchemos, en lo más ardido de nosotros, el susurro de todo lo viviente: el suspiro del alba al extender el cielo; la fastuosa y abisal polifonía de la nada; la quejumbre de las olas cuando besan los hombros y las manos del viento. Lo sublime de la poesía puede radicar en el majestuoso resultado de su consuelo. Contiene ese consuelo una ternura tan poderosa que, al diluir el sufrimiento, nos obliga a la intuición de que no somos completamente terrenales.

Merecemos entonces, cada uno en la apertura de su individualidad, el rostro y la rosa, el aroma y el aire, pero urgidos de un misterio que enriquece la totalidad de nuestros sentidos. Veremos la milagrosa transformación de los vocablos sin nombrar, refulgir y modelar el placer, la compasión o el sufrimiento.

El enigma de todo lo existente -remocemos el llanto y las hojas de un almendro; los saludos ante la ventana de una esquina; la voz de un ángel repetida en la invasión de mil trinos en los ramajes de un camino- puede apresarse en un instante, en un único instante, del ímpetu invocativo del poeta. El ser humano, alucinado por la poesía, ha aprendido a soñar, a amar, a reconocerse en la luz y a saborear la ternura que agiganta el orgullo de una rosa (…)

Por eso, por regir la siempre rumorosa totalidad del sentir, nunca podrá ser definida. Nos devuelve lo que no fuimos e idealiza lo que ya somos. Todo en una entrañable fusión. En la que podremos silabear a Dios y adivinar, en un simple aletazo (que ha de esfumarse con el mismo impulso en que aparece) quiénes somos, y de dónde venimos, haciéndonos tocar ávidamente la realidad de lo intangible. Ella es el premio a nuestra ignorancia funcional. No sabiendo nada en absoluto es como podemos aspirar a conocer, pues la ignorancia es la dueña del asombro creativo que, para atravesar su vivir muriendo, requiere todo lo existente.

Nacemos, única y exclusivamente, para sentir y contemplar nuestra destrucción. La poesía nos redime. Ella es el más hondo rumor (el que nos defiende con el ensalmo, el que traduce y justifica el recuerdo, el que esfuma el pesar) de la inclemencia en nuestro existir. De allí su ritual seducción.


[1] Publicado originalmente en el libro Señales y garabatos del habitante. Instituto Colombiano de Cultura, 1976

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