Me pusieron mi ropaje de vísceras
y luego me dijeron:
camina, escucha, dura,
ganarás la lumbre de cada día con el sudor de tu alma.
Y héme aquí con un poco de barro semoviente,
con veinticuatro horas de jornal o de sueño,
con sesenta minutos en cada órgano,
con sesenta segundos de tic-tac en las venas.
Héme aquí con un poco de risa, de estupor y de sombra.
Haciendo mi tarea,
haciendo como que hago,
como que vivo o muero.
Como que soy igual, distinto o parecido,
a aquel que me saluda, me tropieza o me nombra.
Héme aquí con mis días,
mis semanas, mis meses, metidos en cintura.
Jugando a mis tendones.
Con una abeja simple fabricando mi mocus.
Con mis botones aferrados
para cubrir el vello y el hedor de mis nervios.
Héme aquí con mis lunares y mis letras.
Mi nombre no concuerda ni importa,
ni hace el caso en el hondo paladar de estar vivo,
de atrás,
de aquellos que molieron su muerte
y se volvieron cal y fuerza entre mis huesos.
Yo no pido respuestas o ladridos.
Yo no quiero una cláusula que me limpie las uñas.
Yo nada quiero, nada,
sino llegar, mirar, olfatear y después
dejar que otros deshagan, con su furia de vivos,
mi paladar, mi huella, mi sangre y mi camino.