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Poema: Cantilena del desterrado

Me pusieron mi ropaje de vísceras

y luego me dijeron:

camina, escucha, dura,

ganarás la lumbre de cada día con el sudor de tu alma.

Y héme aquí con un poco de barro semoviente,

con veinticuatro horas de jornal o de sueño,

con sesenta minutos en cada órgano,

con sesenta segundos de tic-tac en las venas.

Héme aquí con un poco de risa, de estupor y de sombra.

Haciendo mi tarea,

haciendo como que hago,

como que vivo o muero.

Como que soy igual, distinto o parecido,

a aquel que me saluda, me tropieza o me nombra.

Héme aquí con mis días,

mis semanas, mis meses, metidos en cintura.

Jugando a mis tendones.

Con una abeja simple fabricando mi mocus.

Con mis botones aferrados

para cubrir el vello y el hedor de mis nervios.

Héme aquí con mis lunares y mis letras.

Mi nombre no concuerda ni importa,

ni hace el caso en el hondo paladar de estar vivo,

de atrás,

de aquellos que molieron su muerte

y se volvieron cal y fuerza entre mis huesos.

Yo no pido respuestas o ladridos.

Yo no quiero una cláusula que me limpie las uñas.

Yo nada quiero, nada,

sino llegar, mirar, olfatear y después

dejar que otros deshagan, con su furia de vivos,

mi paladar, mi huella, mi sangre y mi camino.

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