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Poema: Primera afirmación corporal

Dulce materia mía, lento ruido,

de hueso a voz en nervios resbalando.

Tibia saliva mía, espesa mezcla

de mis células vivas y mi lengua.

De sigilosas venas, de sonidos,

por extraños follajes amparados,

mis dos brazos irrumpen, mis dos brazos,

ávidos de tocar, de ser externos,

como dos instrumentos de agonía.

¡Y tanto muro para tantos besos,

para tantas miradas y tobillos

para tanto plumón y cabellera

al viento somatén dolido y frío!

Este soy yo. Lo sé, lo reconozco,

lo dicen mi volumen y mi sombra,

lo repite una casa y una aldaba,

y un vientre azul lo esparce por el aire

a otras narices y rodillas solas.

Este soy yo. Lo digo con mi fuego,

lo afirmo con mi olor y mi latido

y la luz de mi traje lo pregona.

Ahora soy de cartílago y rocío,

de tarde, de vainilla y cementerio.

Un hombre oculto, un hombre que camina,

un pueblo celular, desconocido,

con hígado y pulmón tras su mirada.

¡Con tanta rosa viva, tanta luna,

tanto ruido bramando y yo tan solo!

Yo solo aquí, miradme, entre mis huesos,

embutido en mi piel y mis maneras.

Náufrago de mi sangre.

Responsable de un pecho y una risa,

apretado de nombres y temores,

con orejas corriendo atolondradas,

con suelas que deshacen la madera,

con hambre de vivir y ser vivido,

con hambre de gritar y que me entiendan

los lirios, las monedas y las tapias.

Este soy yo, lo digo simplemente:

un hombre que se muere por la tarde

para encender al alba su garganta,

un hombre que conoce sin saberlo

a todo lo que vive y se incorpora,

a todo lo que muere y resucita,

a lo que duerme entre la sal y el cielo.

No me pongan un rótulo.

No le pongan color a mi destino.

No me pinten de azul o de amarillo

o de rojo encendido o verde mora

el sudor de mi axila o mi cabello.

No pongan a derecha mis sentidos

ni a izquierda mi dolor y mi sonido.

Yo soy de aquí. De aquí, de donde piso,

de donde crezco y muero,

donde tiemblo y espero,

donde tengo parada mi estatura

y mis cinco sentidos verticales.

No me llamen, siquiera, por un nombre.

Llámenme simplemente

cómo se llama frío a lo que hiela

o fuego a lo que quema

o viento a lo que esparce y multiplica.

Porque esto soy, no más, esto que miran

sufrir aprisionado en el vacío:

una mezcla de sangre, hueso y nada,

de agua sedienta y anhelante frío.

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